jueves, 18 de diciembre de 2014

El artífice

No tengo cómo justificar mi ausencia y la supresión de todo estro o iluminación que me llevara a seguir escribiendo. Tuve que morir antes de poder volver a escribir, y eso lo justifica todo. Tuve que matar a sangre fría al imbécil en mi disfraz que se estaba tirando mi vida; y con él, maté el amor lánguido y putrefacto que cargaba a cuestas. Está claro que mi intención con este escrito no es otra que la catársis.

Pasaron noches atemporales, noches heladas que congelaban mi materia gris; noches muertas. En los últimos días de mi vida pasada, seguía cargando a cuestas el cuerpo del delito; ese amor perdido. Estaba decidido a descender a los mismísimos círculos infernales y sin compañía de Virgilio alguno, sólo para deshacerme del cadáver, pero ni siquiera tenía cómo pagarle a Caronte por un viaje decente.

Bajé solo. Me vi obligado a enfrentar fantasmas ominosos y repugnantes, nieblas que se ahogaban en mis sueños y estados de ser. Estaba aún ilusionado de alguna forma maldita y creía que quizá podía salvar aquel amor muerto; pero fui recibido por el peor de los círculos del averno. El noveno.

Maldita seas, musa de los mil caminos, porque en ti está la traición y la desgracia. El infierno está contigo. Y yo ya no quiero volver a pagar una doble pena. El mismísimo Judas habría de recibirme y le habría esperado sin sorpresa alguna, pero no fue Judas. Fue la traición, en su estado más puro lo que me detuvo. Fue ella, y como si fuese la personificación del ángel de la muerte, se detuvo frente a mi y con mirada fija me apuñaló en la espalda, sin apartar su mirada de mi cuerpo agónico. Y todo fue confusión. La niebla densa de la traición trabajó en tantos niveles, casi imperceptibles, y absolutamente inesperados a mi pobre mente engañada, que me ahogué en mares de culpa y rencor.

Entonces desperté desterrado. Ya no estaba en el infierno y ahora reflexionaba tardes enteras sobre la causalidad que me había llevado a tal descenso. Me odiaba a mi mismo por haber permitido tal bajeza en mi contra. Y así mismo lo vislumbré en una tarde de tertulia. Sabía que me había metido en una historia de Platón, mirando con atención figuras y sombras que eran proyectadas por un artífice al que creía amar por sobre todas las cosas, un artífice del que jamás esperé tal bajeza.

Entonces, me resolví a odiar. Como sólo podía odiar a alguien a quien había amado. Odié con todas las fuerzas de mi cansado corazón, sólo para encontrarme agotado al final de la noche, odiando más. Me determiné a no volver a permitir que una sola persona tuviera tanto poder sobre mi, y encontré la fuerza en los días que pasaban y que me levantaban con la brisa acariciándome hasta el alma. Dormí en los poemas de Poe, quien me recordó que todo esto no es más que un sueño dentro de un sueño, y resolvi grabar en mi piel esta máxima para no permitirme olvidarlo jamás.

Y viví. Después de que el odio fuera mi motor y después de que fuese mi única guía, viví. Después de todo, viví. Viví como nunca había vivido. Porque decidí no volver a caer en empresas de la perdición o en círculos viciosos. Decidí morirme para reinventarme en otro mundo; en otra vida. Miré al cielo mientras escuchaba a Mendoza decir: "salta, ya aparecerá el piso", y salté; porque por un momento tuve la absoluta certeza de que allí abajo me esperaba alguien que quería viajar conmigo. Lo que vendría después no podría considerarlo como otra cosa más que una bendición, como si la redención existiera. Tengo todo un viaje por hacer.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Misiva número 2


Cuánto alboroto por esa cantidad tan difusa de sueños perdidos. Cuánto drama por tan poco. Las cosas han cambiado a modos inesperados, y aún así te escribo con ánimos de no verte aún. Mucho ha cambiado aquí, y si estuvieras, tendrías que verlo con tus ojos para comprender la inmensidad colosal de tanta variación.

Ya sabes que compartimos un destino, y que algún día nos veremos y habré de tratar de enseñarte mejor de lo que nunca he enseñado, para que no cometas los errores estúpidos que yo mismo he cometido. Para que no des tu brazo a torcer; para que le muestres al mundo de lo que estás hecha. Pero tendrás que experimentarlo todo asi mismo como tu torpe servidor lo ha tenido que hacer en carne propia. Lo único que puedo asegurar es que estaré para cuando suceda. Estaré, lo prometo.

Hasta una próxima oportunidad, cariño.
Mis más sinceros saludos a tu bisabuela y a los caídos.