lunes, 25 de junio de 2012

El día de mi muerte

"Será un día especial, ese día no te veré detrás para hacerme regresar. No te querré. Me harté de la vida. Me cansé de retornar, de caer y volverme a levantar para volver a caer. Te quiero pero no eres mi sombra. Fuiste una vaga palabra, una vana ilusión, un arte para amar. Amanecerá como te lo prometí, con olores de primavera, con los colores que te rodeaban cuando te vi. Tus años de otoño ya me dejarán reposar; sobre mi alma te guardaré con los deseos no cumplidos, aquellos sueños caídos recogeré; convertidos en una estrella fugaz.

Esas flores que veo que has dejado para perfumar mi sepulcro y todo lo que alguna vez realicé con esmero, sabré que de algo valieron... Ya sé que lloras, no por mi si no por mi ausencia hostil. Yo quiero que seas feliz. No me odies que yo siempre te perdonaré. Mis ojos se apagan ante tu voz leve.
Aquí junto a los ángeles gobernaré tu refugio y verás que el dolor de tu pecho estará inerte. Mi vida, no te dejo. Ya sabes que siempre te espero".

- Anónimo.

Una suave brisa siento en mi rostro. Miro mi cuerpo pero ya no soy yo, es demasiado tarde. Mi cuerpo tendido yace en el suelo; dulce sepulcro, muerte y dolor. Mi gélida lápida se desdibuja marcada por tu ausencia y mi testamento te incluye en cada renglón. Es una lástima que olvidaras que eres el sustento de este cuerpo mortal y marchito. Si me dejaste, ahora llórame. Susurra los acordes lacerados de mi sonata del claro de la luna y rasga en mi ataúd mi moribundo epitafio:
"Dicebant mihi sodales si sepulchrum amicae visitarem, curas meas aliquantulum fore levatas".