jueves, 26 de marzo de 2020

Corazón de León

... ¿Seis años?... ¿Han pasado seis años desde la última vez que escribí? El tiempo es un mero espejismo. Se me hace difícil en extremo articular mis ideas y palabras, a lo mejor falta de práctica, a lo mejor es la náusea, la enfermedad que acecha, el túnel que recorro en paralelo a la realidad, la ausencia de razones, la vida que nos toca afrontar desde el primer segundo en el que abrimos nuestros párpados al alba hasta el momento en el que caemos vencidos por el frío y la soledad al final del crepúsculo. Es sustancial, de vital importancia resaltar que esto no significa directamente que nada importante haya pasado en estos seis años, que me hicieran escribir; si dijese eso estaría mintiendo.

De hecho han sido tantas y sustanciales las enseñanzas y vivencias en estos años, que prometo haré mi mejor esfuerzo para plasmarlas aquí, quizá nuevamente en un ejercicio de catarsis o para ti, querido lector, lectora. Es decir, nunca he sido muy bueno contando detalles de mi vida a los cuatro vientos, de cualquier forma...

No sé ni por donde empezar. Se ha tratado de una amalgama fortuita de sufrimiento, dolor y risas. De amor, lágrimas, cigarrillos, la música que pongo todos los días dependiendo de mi estado de ánimo, la luna llena, los abrazos, el rechazo, la enfermedad, las grietas en el corazón, la belleza desdibujada, la lluvia, los rayos de luz, logros, economía fallida, pérdida, desapego. ¿Pero qué estoy diciendo? si de eso se trata la vida misma en su esencia más elemental y pura. Se trata de perder y ganar muy poco, de tomar pequeñas victorias como grandes... porque después de todo son esas pequeñas cosas las que hacen la vida lo que es. Pero aquí estoy, vivo. Desconozco cómo es que es que puede ser, pero así es, y lo digo con ahínco.

Quizá dentro de las enseñanzas más grandes está la de nada pasa como queremos, aquí aprendemos a aceptar las vivencias. Nada de lo que era, quería y soñaba hace seis años, sobrevivió al tiempo -aunque no- puede ser que lo único que sobrevivió fue mi corazón terco, esa porfía inmortal. Hay cosas que nunca cambian. Y es aquí, después de haber atravesado una odisea digna de Homero, después de haber odiado y haber amado, después de haber perdonado, después de haber vuelto a casa con Gaia y el león de Judá.

Es en este momento, en el comienzo del fin, en el que sin importar cómo me encuentre, hecho mierda, vencido, hallo la fuerza por los míos. El mundo se está cayendo a pedazos, miles están muriendo, y volvemos a los principios más elementales de nuestra existencia, en donde aprendemos que aquí somos fugacidad, mortales, perecederos. Pero allá, allá en las costas, allá en el bosque blanco, allá somos una mente colectiva, allá somos eternidad, somos luz.

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